Villette de Charlotte Brontë

Título: Villette
Autora: Charlotte Brontë
País: Inglaterra
Fecha de publicación: 1853

«Lucy Snowe, sin familia, sin dinero, sin posición, entra a trabajar en un internado en una ciudad extranjera, Villette. No ser advertida, ni recordada, ni apreciada, ser «una necia mosca» o «una sombra», constituyen su presente y, según cree, su destino. Sus únicas compañeras son las personificaciones que adopta en su interior: la Memoria, la Imaginación, el Vacío, la Desesperanza, la Razón. «Pero ¿es usted alguien?», le pregunta una de sus alumnas. En el internado su identidad se ve sometida a inquisición. Madame Beck, la directora, la sujeta a sus consignas: espionaje y vigilancia; Ginevra Fanshawe, una coqueta que jura que jamás será la mujer de un burgués, la encarnece o adula, caprichosamente; el doctor John, joven y apuesto, seductor y melancólico, cree que está enferma; el profesor Paul Emanuel, un «severo hombrecillo» que oculta, bajo su temperamento colérico, un corazón sacrificado, dice haberla conocido desde el primer momento en que la vio; incluso un fantasma —el de una monja que se recluyó por un amor prohibido— la acosa y aterroriza.»

Creo que muchos ya conocerán a Charlotte Brontë y su más famosa novela, Jane Eyre, pero Charlotte escribió otras tres novelas aparte de esta. Villette fue la última que escribió, y es una novela olvidad y opacada por el monumento que supone Jane Eyre. Hace unos años que leí esta última y se puede notar las similaridades entre estas dos novelas, y si bien a mí me gusto más Jane Eyre, tengo que reconocer que Villette me pareció una novela mucho más madura y rica en matices.

Lucy Snowe es la protagonista y narradora de la historia, y como bien dice en la sinopsis, no tiene nada en la vida, ni familia, ni dinero, ni posición, ni relaciones, por lo que tendrá que ganarse el pan de cada día. Lucy es una mujer que, como dice ella, está dispuesta a pagar «el precio de la experiencia». Lucy vive en soledad y, por lo tanto, la novela es sobre el mundo de la emoción. Ella no es notada casi, pasa desapercibida, pero sus emociones están palpitantes, bullendo bajo la superficie. Y su vida tampoco es apacible, aunque lo parezca. Y aunque Lucy viva en soledad, ella la disfruta, pero también siente la necesidad de escapar de ella, para ella «eludir el sufrimiento era lo más cercano a la felicidad» que esperaba conocer.

¡Ah, mi niñez! Entonces sí que tenía sentimientos: a pesar de mi vida pasiva de lo poco que hablaba, de mi aparente frialdad, cuando pensaba en aquellos lejanos días, podía realmente sentir. En cuanto al presente, mejor ser estoica; en cuanto al futuro... un futuro como el mío, mejor estar muerta. Y en aquel estado cataléptico, en aquel trance mortal, me esforzaba por reprimir el soplo vital de mi naturaleza. (p. 145).

Se puede pensar que la novela, y Lucy, es un reflejo de lo que la época esperaba de las mujeres: que guardaran sus emociones. Por eso, más que la historia en sí, lo que me parece más relevante de la novela son los sentimientos, las emociones reprimidas y la forma en cómo se plasman en el papel.

Lo que lleva a otro punto fundamental de la novela: el manejo del lenguaje. El aspecto formal es sumamente cuidado, la elección de las palabras y la sintaxis reproducen nítidamente el estado emocional de la protagonista en cada momento.

«Pero, si siento, ¿no puedo expresarlo?»
«¡Jamás!», afirmaba ella.
Yo gemía ante su amarga severidad. Jamás... jamás... ¡Qué palabra tan dura! La Razón, aquella arpía, no me permitía alzar la mirada, ni sonreír, ni abrigar esperanzas: no descansaba hasta verme hundida, descompuesta, acobardada. Según ella, yo sólo había nacido para ganarme el pan con el sudor de mi frente, esperar la muerte, y vivir sumida en el abatimiento. Es posible que la Razón estuviera en lo cierto; pero no es extraño que a veces nos alegremos de desafiarla, huyendo de su mano de hierro y dando unas horas de holgazana a la Imaginación... su suave y brillante enemiga, nuestro dulce Amparo, nuestra divina Esperanza. Podemos y debemos romper de vez en cuando las ataduras, a pesar de la terrible venganza que nos aguarda a nuestro regreso. La Razón es tan vengativa como un diablo: siempre fue tan venenosa conmigo como una madrastra. Si la hubiera obedecido, habría sido por miedo, no por amor. Si no hubiese sido por ese Poder que guarda mi secreto y me jura lealtad, hace mucho tiempo que habría muerto de lo mal que me ha tratado: sus prohibiciones, su frialdad, su mesa vacía, su lecho helado, sus violentos e incesantes golpes. (p. 300).

Si bien Villette es mucho más realista y menos romántica que Jane Eyre, esta no renuncia, no se deja de lado al amor. Y Lucy tiene dos intereses amorosos: el doctor John y Monsieur Paul Emanuel. Ambos muy diferentes y con grandes virtudes, son buenos hombres, pero también están plagados de defectos.

El doctor John, gentil, sensible, caballeroso, pero tiene una arraigada superioridad (que se llama patriarcado) en su naturaleza. Cuando se enamora de Ginevra, la ve como el ángel más tierno, ingenua y perfecta. La idolatra, la coloca en un pedestal. Y la tipa no es nada de eso, es coqueta, tonta y superficial pero él no ve esos defectos, es incapaz de creerlos. Además, pare sentirse satisfecho, él también necesita de la opinión de la sociedad, necesita su visto bueno. Y por lo tanto, su amada ideal tiene que ir acorde con los ideales del momento: refinamiento, riqueza, posición social.

En cambio, Monsieur Paul Emanuel es un hombre severo, volátil y colérico pero con un buen corazón y buenas intenciones. Pero es un hombre también obsesionado con dominar a Lucy. Desprecia su religión (ella es protestante, él católico), le parece vanidosa, voluble, alegre, rebelde. Si la superioridad que muestra el doctor John es algo más “de abajo”, intrínseco, arraigado a él, la superioridad de Monsieur Emanuel es notoria, obvia, la manifiesta constantemente y sin tapujos. El tipo le censura sus libros porque “no son aptos para señorita” y en una ocasión la critico por ver un cuadro “demasiado sensual e indiscreto”.

¡Bravo Lucy Snowe! —exclamé en mi fuero interno—. Has vendido al refectorio para oír una bonita lecture... y te has llevado un rude savon, y ¡todo por tu perversa afición a las vanidades mundanas! ¿Quién lo hubiera pensado? ¡Y tú que te considerabas una persona melancólica y reservada! La señorita Fanshawe cree que eres un segundo Diógenes. Monsieur de Bassompierre, el otro día, cuando estaban hablando de la locura y el desenfreno de Vastí, cambió educadamente de conversación, pues, según dijo amablemente, «la señorita Snowe parecía incómoda». El doctor Bretton te conoce como «la silenciosa Lucy», «una criatura inofensiva como una sombra»; y le has oído decir: «Los defectos de Lucy tienen su origen en la excesiva severidad de sus gustos y de sus modales, en la falta de colorido de su carácter y de sus atuendos». Ésas son las impresiones de tuyas y de tus amigos; y ¡mira por dónde!, aparece un hombrecillo con una opinión diametralmente opuesta a todos, acusándote contundida de ser demasiado alegre e insustancial, demasiado voluble y versátil, demasiado aficionada a las florituras y a los brillantes colores. Ese severo hombrecillo, ese censor implacable, recoge todos tus pobres y desperdigados pecados de vanidad, tu infortunado chiffon rosa, los flecos de tu guirnalda, tu pequeño trozo de cinta, tu ridículo retazo de encaje, y te llama para pedir cuentas de todas y cada uno de esos artículos. Estas acostumbrada a que pasen por tu lado como si fueras una sombra en el sol de la Vida: es una novedad ver que alguien levanta irritado la mano para protegerse los ojos, porque tú le atormentas como un rayo cegador. (p. 436-7).

Esta novela muestra, a través de la consciencia individual y la interioridad de la protagonista en contraste con la integración a la sociedad, el limitado y terrible mundo que les deparaba a las mujeres que no tienen fortuna, marido o conexiones. Pero a pesar de eso, es también la historia sobre la soledad, el aislamiento, la vida de una mujer sin nada en el mundo, que tiene buscar su camino y crear un lugar en el mundo. Todo esto con una narración profundamente psicológica, una autoexploración de sí misma y una prosa bien tejida, bella e inteligente.

Comentarios

  1. Ay, qué bueno que reseñes esto, porque hace tiempo que quiero leer a esta Brontë (solo leí a Emily). Quizás arranque con Jane Eyre porque ya lo tengo, pero seguro quiero seguir por esta también. Besitos!

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  2. Muy buena reseña, muchas gracias! No he leído a la autora pero lo que contas me resulta interesante. Quizás le de una chance. ¡Besos!

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