Druida de Marosa di Giorgio

Título: Druida
Autora: Marosa di Giorgio
País: Uruguay
Fecha de publicación: 1959

«Druida, porque una de mis raíces es celta.»

Al encontrarme con la escritura de Marosa quede algo extrañado por lo inclasificable de su texto. Lo que se encuentra en Druida no son cuentos, ni poemas (no se estructuran en versos), y tal vez el mejor calificativo que se le pueda dar es de prosa poética. Pero poco importa si encajan en alguna clasificación, gran parte de su gracia, creo, se debe a que se rehúsa a clasificarse, ya que la obra es muy original, exquisita y bellísima.

El mundo tejido por la autora esta predominado por la naturaleza: un estilo boscoso, lleno de flores, vegetación, abejas, miel, hormigas, hongos, rosas, claveles, lavandas, colibríes, pájaros, uvas, viñas, liebres, huevos, margaritas, tulipanes, mariposas, caracoles, ratones, gacelas, cirios, pavos reales, manzanas, cipreses, magnolias, ceibos, ciervos, orquídeas, telarañas, polvo dorado, espigas y la luna.

Marosa nació en el departamento de Salto, ciudad del interior y rural. No es difícil interpretar que el lugar de su infancia es evocado en sus textos. Pero este lugar no es rememorado con nostalgia, no es un paraíso perdido al que se quiera volver. Se rememora y se reconstruye como un lugar lleno de luz, incandescente y poblado de vida.


El gran jardín, que es la obra de Marosa, tiene un gran fulgor misterioso, es un mundo feérico con reminiscencias de los cuentos de hadas. Pero este jardín, Druida, no está exento de oscuridad y criaturas perturbadoras:

«En la mitad de la tarde los higos se entreabren y manan miel blanca, leche muy fina, así acuden las abejas, los pájaros, las moscas, y hasta algún animal de cabello largo y sedoso, trepa e hinca en esos pechos ternísimos su diente agudo, y bebe y devora [...].
Haz nacer en mi entraña un pequeño cadáver, un niño inmóvil, igual a ti» (65).

Algo también bastante presente en la obra son las figuras femeninas, por supuesto. La mayoría de los fragmentos que componen la obra presentan a una mujer que se relaciona de alguna manera con la voz poética (que también se puede pensar como el de una mujer): Arabela, que es acusada de algún delito o pecado, y que la voz poética llora por ella, por una hermana; la prima Azalea acompañada del “viejo David” que no sé si creer que es el relato de un despertar sexual femenino o la perturbadora narración de un ataque sexual; Cecilia, una niña que desaparece a los doce años; historias de madres e hijas, en donde la muerte y la sangre ronda; y relatos de viejas sabias, arcaicas y perturbadoras.


«El hombre blanquísimo, el monstruo todo batido a la nieve, se iba acercando a mí. La dulce efigie, la apasionada confitura se había apoderado de mí. Me eché a llorar con terror conocido y lejano, como cuando mi madre dijo que iba a llevarme a mirar el casamiento de la reina.
Pero, el azúcar monstruoso tendióse a mi lado y me besó una sien. [...]
Después, me pareció que todo sería inútil; inútil ir a casa de los Reyes, y todo.
Porque no podía apagar la noche anterior, ni el tumulto de mi corazón, el de mi sangre, ya maternal.» (76),

Marosa entrama un estilo original, bello y lleno de vitalidad. Teje un jardín feérico en donde las hadas, las abejas, las flores y las figuras femeninas conviven con criaturas siniestras, un mundo interior, claroscuro, lleno de matices, ambiguo y que denota una particular forma de percibir la realidad.

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